Av. Rivadavia y Callao
Cierro los
ojos y respiro. Estoy en el hall del edificio de la Confitería del Molino, a
punto de entrar. Es un instante que me tomo, un momento para sostener el
impulso de correr como una niña y empezar a bailar por el salón de la
confitería.
Pocos
segundos para decirme: es verdad, después de 21 años vas a entrar otra vez al
Molino.
Escucho que
el itinerario pasará primero por el salón del primer piso, luego descenderemos
a la planta baja, en donde funcionaba la confitería y finalmente recorreremos
uno de los departamentos.
Abro los
ojos.
Las puertas
de madera con vidrios biselados. Los ascensores art nouveau. La escalera de
mármol.
¿Qué es lo
que hace que este edificio sea tan mágico? No puedo responder por todos, pero puedo
contar lo que yo siento.
Primero: El
Molino es mi infancia. Inmediatamente me trae a la memoria las caminatas de
niña tomada de la mano de mi mamá cuando ir hasta la plaza del Congreso era una
fiesta cotidiana. Entonces había tres ritos que me encantaban, uno era pasar
por sobre los respiraderos del subte, ese aire que provenía de las rejas de la
vereda y que me hacían sentir una pequeña Marilyn cuando levemente flotaba mi
pollera empujada por el viento. Otro era el poder soltarme por un instante de
esa mano protectora y correr por la rampa del Congreso, sabiendo que mi mamá me
esperaría del otro lado. Y coronando ese paseo, ver la imagen del Molino, con
sus aspas, y su vidriera lujosa. Un castillo para mis ojos de niña. Con ese
aspecto imponente, pero a la vez algo escalofriante. Esas aspas que me hacían
pensar en una gran caja de música, a la que si alguien hubiese podido darle
cuerda hubiera hecho sonar una gran sinfonía en toda la ciudad.
Después los
años pasaron, pero la fascinación se sostuvo. Entrar a su salón, sentarse en
sus mesas como una ceremonia. Los platos en torre con sus masas. La opulencia
de su decorado, que ahora se me torna borroso. Tulipas, mármoles, madera, mozos
en chaqueta, masas, té. Creo que es más lo que mi imaginación se encargó de
producir que lo que realmente recuerdo.
Entramos al
salón del primer piso. Luce descascarado, pero tiene una belleza que impacta.
Los pisos se están recuperando con un arte y una paciencia increíble. El piso
original de roble de Eslavonia fue en una época cubierto por un parquet común
pegado con brea, ya que se le dio al lugar un uso de boliche.
El juego de
espejos y columnas sigue intacto. El balcón en donde se acomodaba la orquesta
también. Afuera, la esquina más bulliciosa de la ciudad donde todos los
conflictos se manifiestan. Adentro, un espacio sin tiempo.
Descendemos
por una escalinata de mármol a la planta baja. La columnata extiende su
geografía conocida. Camino esquivando muebles, estanterías y a la gente que
trabaja en recuperar la boiserie. Llego a la puerta giratoria de la esquina y
la siento tan mía.
Descubro en
lo alto de las paredes vitrales que no recordaba. Nos cuentan que son escenas
del Quijote. ¡Cómo no sabía ese dato que ahora se me hace tan evidente! ¿Porque
no es acaso este gigante molino un adversario imaginario ideal para Quijote?
De entre
todas las historias que nos cuentan durante el recorrido me quedo con la
siguiente: lograron contactar a un hombre que trabajó desde muy joven en el
Molino. Fue quien pintó el nombre de la confitería en una de sus ventanas, y
también el que al momento del cierre recogió un pequeño fragmento de vidrio
desprendido, roto, del vitral de la cúpula de entrada. Lo conservó todos estos
años con la esperanza de la reapertura. Hoy, ese pedazo de vidrio, vuelve a
encontrar su lugar.
La visita
termina en uno de los departamentos. En una mesa se exponen algunos objetos
encontrados: un recetario, un menú con los precios, algunas latas.
Pienso al
Molino como el desván de una casa. Un lugar al que uno accede con amor y temor. Un
lugar donde se esconde algún tesoro, pero para encontrarlo hay que revolver,
ensuciarse un poco y tener paciencia.
Cada
persona tiene un recuerdo asociado a la Confitería. Apenas preguntás, aparece:
los que festejaron allí sus 15, su casamiento o una despedida, los que iban con
sus padres o abuelos a tomar el té, los que gastaron su primer sueldo en
comprar las masitas, los que conservan una postal o una foto antigua, los que
nunca entraron, pero la sueñan.
La
recuperación del Molino, para mí tiene un carácter simbólico. Porque no sé si
todos correrán a entrar nuevamente a la confitería, pero sí sé que, para todos,
será una iluminación inesperada en esta urbe gris.
Texto: Carina Migliaccio- Bar de Fondo
Fotos: Mónica Fudín
Tonio de Almagro: Corría el año 1964... Luego de un inicio en la facultad en marzo de ese año, a fines del mismo nos mudamos desde Ciudadela a Congreso. Entonces las aulas universitarias me quedaban solo a 10 cuadras y las hacía a pie, no con el tren Sarmiento que me acercaba hasta el Once y con el 132 llegaba hasta la facultad. El barrio tenía la vieja y famosa confitería del Molino como un icono de prestigio y buena atención, siempre rodeado de parlamentarios y gente influyente en la política de aquellos años. Entrando por la puerta de Callao más próxima a la esquina estaba la cafetería donde se servían infusiones y masas o sándwiches. Hacia la derecha un mostrador alto con heladera que permitía ver las variedades de fiambres y quesos los cuales estaban a disposición del público para la venta al menudeo. Sobre el mismo estaban las campanas de vidrio donde se exhibían sándwiches de miga de distintas variedades. También había vitrinas con masas a cual más rica y vistosa. Los elegantes parroquianos se daban cita en ese lugar y las damas vestían prolijamente para la ocasión. Con el tiempo se suprimió la venta de fiambres y se quiso transformar parte del salón en un comedor express. Más adelante agobiada por deudas la confitería cerró sus puertas en 1997 y hoy la están restaurando convenientemente para devolverle el esplendor que nunca debió haber perdido...
ResponderEliminarexcelente resumen de una historia vivida personalmente, gracias por compartir con nosotros tus recuerdos!! saludos
EliminarQué emoción!! Tres generaciones de mi familia hicieron la fiesta de casamiento en el primer piso, lujo total, mi suegra, cuñada y yo, sellamos nuestro amor festejando nuestras uniones, volveré a ir para reencontrarme con recuerdos hermosos, gracias por reabrir semejante obra de arte
ResponderEliminarOjalá pronto se pueda ir a tomar el té !! te mando un abrazo
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