Olavarría 409 (esq. Ate. Brown)
El Café Roma se sitúa en una esquina del barrio de La
Boca.
Abro la puerta vaivén y me encuentro con el pasado. Pero un pasado que se
recrea de un modo lúdico, alegre, para nada melancólico.
Desde el mobiliario, pasando por el piso de damero blanco
y negro, hasta una colección de objetos y juguetes antiguos que se exhiben en
un rincón, este bar te muestra que la historia tiene ahí
un lugar para jugar.
Un televisor antiguo, un triciclo, una máquina de café
expreso en desuso y un aparato rarísimo que campanea desde la puerta, y que
vino a ser algo que yo no había visto nunca: un artefacto para esterilizar
instrumentos de barbería y calentar toallas.
En un costado de la barra, el típico cartel ordenanza del
siglo pasado “prohibido escupir en el piso” está acompañado literalmente por
una escupidera de las que se usaban en la época en que la gente mascaba tabaco.
El Roma fue inaugurado en 1905 como espacio anexo a una
fiambrería,y luego a partir de 1950 convertido definitivamente en bar. Visitado
por personajes emblemáticos como Benito Quinquela Martín y Juan de Dios
Filiberto, también sirvió de escenario para que Carlos Gardel cantara en La
Boca.
Los clientes parecen ser del barrio. Y eso me gustó. En una zona que habitualmente está salpicada por turistas, el bar mantiene su perfil local. Y si bien tiene una decoración que abreva en algunos estereotipos antiguos (publicidades, letreros, sifones) no parece ser complaciente. No quiere impostar cierto aire. Lo siento un café de ley. La frase me suena maleva, pero me surge en forma espontánea. Miro un grupo de tres hombres de unos 60 años hablando con entusiasmo en una de las mesas. Y pienso que ellos también sienten la honestidad del lugar.
¿Alguna vez se te ocurrió que adentro de un bar se puede respirar aire fresco? Bueno, yo sentí eso en el Roma. Una bocanada de frescura insuflada por esa boca abierta al recuerdo, que reanimó mi corazón de infancia.
Los clientes parecen ser del barrio. Y eso me gustó. En una zona que habitualmente está salpicada por turistas, el bar mantiene su perfil local. Y si bien tiene una decoración que abreva en algunos estereotipos antiguos (publicidades, letreros, sifones) no parece ser complaciente. No quiere impostar cierto aire. Lo siento un café de ley. La frase me suena maleva, pero me surge en forma espontánea. Miro un grupo de tres hombres de unos 60 años hablando con entusiasmo en una de las mesas. Y pienso que ellos también sienten la honestidad del lugar.
¿Alguna vez se te ocurrió que adentro de un bar se puede respirar aire fresco? Bueno, yo sentí eso en el Roma. Una bocanada de frescura insuflada por esa boca abierta al recuerdo, que reanimó mi corazón de infancia.
Mi tio de unas 80 años, pasa todas sus tardes en ese bar <3
ResponderEliminarQué lindo ! Un buen lugar al que pertenecer todas las tardes! saludos.
EliminarFelicitaciones por esta página. Excelente reseña que transmite la vivencia hermosa e inigualable de estar en un bar histórico. Soy un amante inclaudicable y un defensor acérrimo de los bares y cafés clásicos, históricos y notables. Soy de los que piensan que estos lugares conforman el patrimonio cultural de Buenos Aires, son parte imprescindible de nuestra historia, de la magia intrínseca de los barrios porteños y de nuestra ciudad mágica. La vida siempre transcurre de mejor manera en bares así. En estos lugares inmortales que el posmodernismo y la mercadotecnia quieren destruir, encontramos un refugio vital donde ser feliz.
ResponderEliminarFelicitaciones Carina. Beso grande!
Muchas gracias por tu comentario ! y seguiremos con esto de habitar los bares. saludos
EliminarCarina