Av. Quintana 596
Siempre asocié La Biela con la imagen del porteño típico. Una mezcla de dandy con pícaro. Un bacán de barrio.
Seguramente influyó en mí la vieja cartelería que lucía el bar en los años '80, con las ilustraciones de Julio Freire para la campaña de Old Smuggler.
Me costó mucho ubicar una foto de La Biela en esa época, pero la encontré. Los personajes que poblaban esos dibujos eran para mí el reflejo exacto del cliente promedio de ese café.
Hoy es otra la fachada. Ya no hay dibujos en su frente, pero la marca Fernet Branca presta su águila como emblema para un café que sigue siendo a mi modo de ver un lugar indispensable para sentir a Buenos Aires.
Es muy linda la historia del origen de este bar. Así que no puedo obviarla en esta crónica.
Empieza cuando esa esquina de Recoleta era nada. Era zona de quintas y allí se ubicaba un almacén de ramos generales, la pulpería del Vasco Michelena.
"Vasco" Michelena
"Vasco" Michelena
¿Estaba ya el cementerio? Estaba, y por supuesto la Iglesia del Pilar. En aquella época entonces tenemos a nuestra pulpería y poco más.En 1850 se abre el bar con dueño gallego, y se bautiza como "La Viridita". Imaginen esa angosta vereda que sólo era ocupada por 18 mesas. ¡ Hoy, junto al gomero hindú, se pueden instalar 300 personas ! Y 400 clientes en su interior.
Pero volvamos . Tenemos entonces nuestro pequeño bar. Años más tarde, fue rebautizado "Aerobar", por su clientela habitual perteneciente a la Asociación Civil de Pilotos.
Y en 1950 llega el momento del nombre actual. Proviene de una picada automovilística mítica en la que el play boy y corredor Roberto Bitito Mieres tomaba parte. Parece que exigió a su auto, y fundió biela en esa esquina. Entró y dijo "gallego, esto es una biela". Y ahí quedó. Primero como "La Biela fundida" y luego sólo "La Biela"
No los voy a engañar, la biela era para mí un elemento desconocido dentro de la mecánica automotriz hasta que lo busqué en google. No puedo reproducir exactamente su definición. Pero recuerdo su forma, ya que está troquelada en los respaldos de las sillas del bar.
Esa herencia automotriz también está presente en la decoración de sus paredes, repletas de fotos y autopartes, y también en la estatua que junto al buzón de la entrada recibe a los visitantes: la del corredor Galvez (aunque adentro sea Fangio el gran protagonista).
También tiene un pasado literario, y de eso dan cuenta las esculturas de Bioy Casares y Borges sentados en una mesa. Es que los dos fueron habitues de La Biela, sobre todo Bioy, que siempre ocupaba la mesa nº20. La tenía reservada fuese o no. Por aquella época La Biela era doble: por un lado el restaurante, más elegante que tenía entrada por Quintana, y allí es donde iba Bioy, y por otro el café de la esquina. La unión de ambos espacios se llevó a cabo en 1994, y la ambientación pasó a ser la que podemos ver ahora.
Sobre la barra se despliega una serie de fotografías antiguas de la ciudad. Fueron tomadas por Bioy Casares como parte de un proyecto de ilustrar un libro de Borges, que no se concretó.
Entrar a La Biela es como entrar en una gran ciudad: los pasillos parecen avenidas, y los huecos entre las mesas pequeños pasadizos por los que los mozos se desplazan a gran velocidad con sus bandejas. Hay que ser paciente hasta lograr que te tomen el pedido. Es un bar despierto, de continuo movimiento, no obstante pareciera que los mozos siempre se las ingenian para pasarte por el costado sin notarte.
Pero uno no puede aburrirse, adentro pasa de todo. Los clientes son personajes. Hay turistas pero también hay figurars que parecen salir de un tango, de un cuento, o del recuerdo.
Aquel señor con sombrero blanco. Aquella señora que luce sus joyas. Esa pareja gris que se toma las manos. Esa mujer que espera.
Para mí es una fiesta. Me entusiasmo con el dibujo del auto antiguo impreso en el vidrio, en la taza, en la servilleta, en todos lados.
Miro por la ventana y veo que el bar se extiende infinito sobre la vereda. Sueño mientras revuelvo mi café.
la pulpería del "Vasco" Michelena
La cultura de los porteños a traves del tiempo fue reflejada en este, como tantos bares emblematicos de la ciudad.
ResponderEliminareso se respira cuando uno entra en esos bares que traspasan el tiempo y los cambios urbanos!
EliminarYa que hicieron una referencia sobre el restaurante, mi recuerdo a uno de sus maitres, de apellido Ares, que era todo un caballero en recibir a los clientes a principio de los años 70
ResponderEliminarQué comentario emotivo. Qué buen recuerdo!
EliminarUn lugar apacible representante ante el mudo de la gastronomia argentina.
ResponderEliminargracias por tu comentario!
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