- Es así flaco. El bar para mí es mi mundo. Acá encuentro mi estado natural. - ¿Qué querés decir con eso? - Que sólo en los bares es donde me siento real. Donde puedo pensar. Donde puedo conectarme con lo que realmente quiero. - Mirá vos. A mí me pasa exactamente lo mismo, pero en el baño. - Me estás gastando. - No, para nada, es así. Es la verdad, un poco escatológica por ahí, pero tan cierta como tu teoría de los bares. - Las cosas más importantes de mi vida pasaron en una mesa de café. Es más, te vas a reír pero yo tengo una caja repleta de servilletitas de los diferentes bares que de algún modo me marcaron. - Disculpame Rubén, pero eso es una boludez atómica. - Bueno, si preferís no te cuento. - No sí. Contame. Soy tu amigo y te banco. ¿Y qué hacés con las servilletitas? ¿Las doblás? ¿Hacés pajaritos? Por ahí ahora resulta que estoy ante un artista de origami. - No. Las tengo guardadas nomás. En algunas está escrita una fecha, e
Me gusta mirar Buenos Aires desde la mesa de un bar. Volverla ficción. Y soñarla entre papeles.