Desde la mesa donde está sentada, lo ve a él. Completo. Y sabe que si inclina apenas un poco su cuerpo hacia adelante y deja que su figura aparezca en la ventana, él, que está en el bar de enfrente, podría quizás también verla. Ella piensa en todo lo que podría pasar si él la viese. Podrían pasar varias cosas. Todas malas. El podría por ejemplo mirarla y seguir conversando con el par de amigos con los que está tomando café. También podría mirarla y levantar la mano. Saludar a distancia. O podría acaso verla y hacerse cargo de ese encuentro azaroso. Cruzar la calle hasta el bar donde ella está en este momento. Acercarse a su mesa, darle un beso e incluso sentarse un rato a charlar con ella. Si esto ocurriese, ella tendría que tolerar primero ese beso. Y después, tendría que hablar, articular una palabra al menos. Y no sabe si la voz le saldría clara, si podría decir algo coherente. Y sobre todo no sabe si su voz estaría bajo su control
Me gusta mirar Buenos Aires desde la mesa de un bar. Volverla ficción. Y soñarla entre papeles.