Busquemos un territorio neutral - dice mi madre. Su voz ronca en el teléfono me trae el pasado. Otra vez me siento una nena. Otra vez me veo en el kiosco de la esquina comprándole Jockey suaves, y guardando las monedas de vuelto para unos Sugus. Y después arrepentida me veo dándole los puchos y las monedas a ella. Ella que está acostada en la cama, despeinada, vestida así nomás con el camisón y un pullover grande, el cenicero entre sus piernas, esperando. Los restos del almuerzo en el plato sobre la mesa de luz. Y yo que entro y le dejo todo y ella ni me mira, ni dice gracias. Ahora en cambio dice territorio. Dice neutral. Sé que no importa lo que yo proponga, terminará eligiendo ella. Acepto ese juego agrio como una forma de terminar lo antes posible la conversación. Nombro un bar, cualquiera, uno cerca de su casa. Después otro. Y otro. Pero ella siempre encuentra una excusa: mucha gente, el café es horrible, yo a ese lugar no voy, ahí nunca te atienden,